Se cumple un mes de una nueva tragedia, aquella que dejó nada menos que 51 personas fallecidas, 51 familias de luto, y cientos de personas heridas, muchas de ellas luchando todavía hoy por su vida y por recuperar su salud, que fue estropeada en tan solo un instante, aquél en el que ese tren de la empresa TBA, en lugar de detenerse en la estación, siguió absurdamente su camino hasta estrellarse contra las defensas de un andén, en la estación de Once. Desgraciadamente no podemos decir que se trata de un hecho gravísimo aislado, sino de la repetición agigantada de tragedias que se repiten a diario, y continuarán sucediendo mientras no haya cambios significativos.
Hoy, algunos esperan el resultado de las pericias para conocer exactamente las causas de lo sucedido e identificar a sus responsables, otros, para tratar de minimizar su responsabilidad en la tragedia. Más allá de la necesidad de delimitarlas, para que cada uno de los responsables asuma la carga que le corresponda, las autoridades deben asumir su parte por la sumatoria de estas tragedias evitables: por la falta de controles por parte del Estado a la empresa concesionaria TBA, seriamente cuestionada por la deficiente prestación del servicio ferroviario; por la falta de inversión y de renovación de las vías y el material rodante, actualmente obsoleto y en estado de semiabandono; por la nunca comenzada obra de soterramiento del ferrocarril Sarmiento, ya que los trenes deben ir por arriba o por abajo, nunca al mismo nivel que el tránsito vehicular o peatonal -un principio básico de las ciudades seguras-.
La sorpresa de las autoridades y algunos medios no encuentra razón de ser: ¿o acaso ya se olvidaron las 11 víctimas mortales y los cientos de heridos, el año pasado, en el paso a nivel con barrera descompuesta de Flores?
Resulta penoso. Lo sucedido no tiene vuelta atrás. Las vidas perdidas son irrecuperables, y las secuelas permanentes, irreparables. Lo que sí el Estado puede y, por sobre todo, debe, es evitar nuevas tragedias. Para ello se deben poner manos a la obra, con celeridad, en esta cuestión y en todas las que contribuyan a que el ferrocarril vuelva a ser para la Argentina lo que fue, y lo que es hoy para el mundo: un medio de transporte terrestre rápido, ecológico y vialmente seguro.
Ya no queda más tiempo que perder: o se invierte en la vida o habrá que llorar nuevas víctimas.