Sólo con educación no se hacen conductores más seguros
Este es el fuerte título de tapa, del mes de mayo pasado, de una de las más prestigiosas revistas especializadas en seguridad vial, Status Report, la cual reafirma lo que Luchemos por la Vida, que trabaja intensamente en la concientización y educación vial, viene pregonando desde hace años. Los que creen que con educación solamente podrán lograr usuarios de la vía pública más seguros, se equivocan.
Así lo demuestran muy diversas experiencias internacionales que por años pusieron el énfasis en la capacitación de los conductores de vehículos, por medio de campañas informativas, cursos de manejo y cursos para estudiantes secundarios.
Ya en nuestra revista Nº 6 de junio de 1996 cuando analizabamos, en el artículo de "Campañas masivas en los medios de comunicación", los logros y las limitaciones de cinco años de las campañas continuas de Luchemos en los medios, y expresábamos que para disminuir la siniestralidad en accidentes de tránsito es imprescindible trabajar multidisciplinariamente en tres áreas : educación, ingeniería del tránsito y del transporte y control del cumplimiento de la ley y sanciones.
El artículo americano dice “antes de que hubiera cinturones de seguridad o bolsas de aire, antes de que los vehículos tuvieran carrocerías deformables e interiores redondeados, antes de que se usaran guardarails y postes desprendibles...había señales que decían “conduzca con precaución”. Tratar de prevenir accidentes por medio de la educación de los conductores fue casi el exclusivo enfoque de la primera mitad del siglo xx.
Al principio, en Estados Unidos, hasta las voces que proponían incluir otras cuestiones, tales como el uso del cinturón de seguridad para reducir muertes y heridas, eran ignoradas por las autoridades de turno.
Con el tiempo, la situación comenzó a cambiar. En especial cuando en 1966 el Congreso americano dispuso, por ley, dar al gobierno federal la responsabilidad principal por la seguridad vial.
Entonces el enfoque se amplió, abriendo un nuevo capítulo en el que se trabajó en la prevención de accidentes no sólo desde el comportamiento del conductor sino también procurando disminuir heridas durante los choques o mitigar las consecuencias de los mismos con cambios dentro del vehículo y mejoras en las vías de circulación. Con un abordaje científico se introdujeron mejoras que salvaron miles de vidas desde los años setenta.
Sin embargo, aún hoy, continúa el artículo de la revista, “dado que la mayoría de los accidentes involucra errores del conductor, algunas personas continúan creyendo que mejorar el comportamiento del conductor por medio de la educación debe ser la prioridad. Creen que “educar a los conductores alcoholizados” o “mejorar habilidades para conducir” son medidas más importantes que instalar reductores de velocidad o equipar a los vehículos con bolsas de aire. Tales convicciones persisten pese a que en el mundo, la mayoría de los esfuerzos en esa dirección no resultaron efectivos para reducir accidentes en forma sostenida”.
Cuando educar puede aumentar el riesgo
Tal es el caso de los programas para enseñar a conducir en los colegios secundarios, con facilidades para la obtención de la licencia correspondiente, los que no sólo se han demostrado ineficaces para reducir accidentes sino que hasta los han aumentado (para más información ver art. revista de Luchemos Nº13); situación corroborada en diferentes países tales como Canadá y Australia. En este último, hasta un programa para entrenamiento escolar de ciclistas demostró ser contraproducente. El motivo esencial del fracaso es que muchos jóvenes se sienten más motivados a conducir tempranamente al recibir su entrenamiento en la escuela y obtener la licencia fácilmente, y sobreestiman su capacidad para ello, asumiendo comportamientos riesgosos.
Situación semejante se ha comprobado con cursos prácticos para conductores que entrenan sobre el control del vehículo en maniobras, del tipo de los brindados por corredores de carreras automovilísticas. “Los hombres que recibieron estos entrenamientos tuvieron tasas de accidentes más altas que quienes no lo recibieron. Los autores de estudios relevantes han sugerido que estos hombres han sobreestimado sus habilidades y tomaron riesgos innecesarios”, afirma Alan Williams científico Jefe del Insituto (IIHS).
“La creencia de que el conocimiento( por sí solo) cambiará los comportamientos de los conductores y demás usuarios de la vía pública, demuestra una visión ingenua del comportamiento humano” afirma Williams.
Las campañas masivas tienen límites
El artículo americano critica también el dinero que invierte el estado en campañas de comunicación masiva en los medios, o por medio de carteles indicadores con mensajes, como por ej. “conduzca amablemente” (“Drive nice”), colocados en las rutas para una campaña contra la conducción agresiva que se dedican a informar o aconsejar simplemente.
“Las señales pueden brindar información pero ese conocimiento agregado no resulta necesariamente en una conducción más segura”, afirma Status Report . Algunas razones:
Por un lado, la mayoría de los conductores no cree que necesita ser educado, ellos piensan que eso es para los “malos conductores” no para ellos, ya que, como lo demuestran investigaciones diversas,en su mayoría creen ser mejores conductores que el resto”. Esta apreciación es compartida por los conductores argentinos, según una investigación de Luchemos por la Vida ( más información en las revistas Nº0 y Nº14 de Luchemos).
Por otro lado, “el problema conexo es que los conductores peligrosos, aquellos que más necesitan cambiar sus comportamientos, son el grupo más difícil de influenciar (positivamente).
Williams apunta “ los comerciales de TV no ayudaron ( en Estados Unidos) a mejorar la seguridad en el tránsito en los años 60, ni en los 70, ni en los 80 y no ayudarán ahora a menos que se vean acompañados por un significativo control del cumplimiento de las leyes de tránsito”.
Decíamos en el 96 y lo reiteramos ahora, las campañas masivas de concientización y educación son un instrumento muy necesario pero no suficiente para reducir los índices accidentológicos en forma significativa. Permiten, si son efectivas, preparar el terreno para el desarrollo de cambios conductales individuales y sociales, a los que muchas personas adhieren espontáneamente. Pero necesitan ser acompañados del control efectivo del cumplimiento de la ley para producir cambios “masivos” de conducta en pro de la seguridad vial.
“Un ejemplo muy demostrativo y bien documentado es Australia, donde prolongadas y creativas publicidades se ven frecuentemente en televisión y otros medios. “Las publicidades son muy efectivas, según afirma Peter Vulcan, de la Universidad de Monash, Victoria, sólo cuando la acompañan altos niveles de controles y sanciones. Es posible comenzar el proceso con el acatamiento voluntario de las leyes de tránsito pero luego, para lograr que la mayoría de los usuarios de la vía pública las respeten, es necesaria la aplicación efectiva de la ley por medio de controles y sanciones reafirmadas por las publicidades”.
Se necesitan controles de tránsito y sanciones eficaces,
además de educación, para cambiar conductas masivamente
En nuestro país, frente a la polémica desatada ante la implementación de sistemas de control de velocidad e infracciones por fotografía y radares, en la ciudad y en la provincia de Buenos Aires, así como en otras localidades del interior del país, en Luchemos por la Vida dijimos: Los controles de tránsito, que son eficaces, siempre son preventivos e imprescindibles. Cualquiera sea el método que se utilice, con presencia policial identificada, con cámaras de fotos sin identificar, con móviles sin identificar e identificados, con cámaras láser y sistemas computarizados, con radares, o agentes de tránsito talonario en mano, en manos privadas o estatales, basta con que cumplan una condición: que el conjunto mayoritario de la población esté convencida de que, en caso de cometer una infracción, será “muy probablemente” sancionado. En esto radica el efecto preventivo de las medidas. Cuando el transgresor comprende que lo beneficia “personalmente” más, respetar las reglas que no hacerlo, cambia de comportamiento. Cuando el estado sostiene la aplicación justa de la ley, continua y sin excepciones, reafirma el valor “social” de la medida, contribuyendo a su afianzamiento como hábito y a su generalización.
¿Por qué? Sencillamente porque la mayoría de las personas en tanto usuarios de la vía pública no somos delincuentes, psicópatas antisociales ni alienados mentales, aunque existan minorías que sí lo son o lo están. La mayoría de los usuarios nos movemos en la vía pública en función de lo que “creemos” que nos beneficia personalmente. Actuamos por comodidad y egoístamente pero, aunque a veces no lo parezca, no somos tontos ni irracionales. Si las condiciones que nos rodean nos lo permiten, hacemos cosas que “sabemos” que están mal, si creemos que nos convienen. Si dejan de convenirnos, porque nos traen más perjuicios que beneficios, dejaremos de hacerlas, en la mayoría de los casos.
Está demostrado, por la experiencia en los países con la mejor seguridad vial y los más bajos índices de accidentes de tránsito, que “el control del cumplimiento de la ley y las sanciones a los que no la respetan” es uno de los ejes principales, que debe trabajarse conjuntamente con la educación vial y la planificación urbana e ingeniería de tránsito, y la seguridad de los vehículos, para el logro de la disminución de los accidentes de tránsito y el mejoramiento de la circulación vehicular-peatonal.
Intensificar los controles en las calles y rutas es una medida imprescindible, ya que sólo en la ciudad de Buenos Aires, según mediciones de la asociación Luchemos por la Vida, se registran cerca de 300.000.000 de infracciones “graves” por mes (Violaciones a semáforos en rojo, exceso de velocidad, no respeto a la prioridad peatonal, etc). Además de las pérdidas de tiempo y congestionamientos, el comportamiento anárquico e imprudente de los usuarios de la vía provoca accidentes, con sus secuelas de muertos y miles de heridos.
La difusión de los objetivos y alcances de las medidas de control, focalizadas en las conductas de riesgo, y los costos de las sanciones; la implementación continua, precisa y sin excepciones de los controles de tránsito y de la efectivización de las sanciones, acompañadas de una seria tarea de concientización de los funcionarios y personal a cargo de las tareas, así como de la autoridad policial en general, aparejará consecuencias positivas, “mensurables” que deberán evaluarse y hacerse públicas, para que toda la comunidad comprenda el “beneficio personal y social” del cumplimiento de las normas de tránsito, con el fin de proteger la vida y facilitar la convivencia en el espacio compartido de la vía pública.
“Por todo esto”, concluye el artículo americano, “los programas más efectivos son los que combinan la educación con los controles eficaces del cumplimiento de la ley de tránsito. Esta combinación es la llave para el cambio de comportamientos en el tránsito”.
Lic. María Cristina Isoba
Para más información:
-Status Report. Vol. 36, Nº 5, mayo de 2001. USA.
-Revistas Luchemos por la Vida. Nº6, Nº11, Nº13 y Nº15.