Animales sueltos en los caminos:
¿un mal endémico?
Segunda parte: soluciones
En la primer parte nos extendimos en el análisis de las causas de la presencia de los animales sueltos en los caminos. Pretendemos ahora presentar como solucionarlo.
El orden en que se proponen las soluciones mínimas no es caprichoso, es producto de muchos años de experiencia:
En primer término deben existir los corralones municipales –inclusive las perreras municipales o bien soluciones consensuadas con las sociedades protectoras de animales, por ejemplo que el municipio le encomiende a alguna de estas sociedades la custodia y el cuidado de los animales capturados-. Entendemos que no resultaría necesario que cada municipio tuviera su propio corralón, que podría ser supramunicipal. Especialmente las pequeñas comunas podrían aprovechar de una misma instalación en la zona, como forma de abaratar costos y simultáneamente aumentar la efectividad y eficacia. Esta alternativa permite objetivizar la gestión, y de ese modo ayuda a superar la tendencia a ser inconvenientemente tolerante con los propios vecinos de la zona con quienes habitualmente se tiene trato personal.
Asimismo, y como forma de evitar el crecimiento desmesurado de la población canina, se plantea la esterilización de las hembras, especialmente cuando estos animales no son ejemplares de raza. En el ámbito capitalino esto se realiza sin ningún tipo de dificultad en el Instituto Pasteur.
Es habitual observar en muchas instalaciones –especialmente depósitos, obrajes, etc.- la presencia de “jaurías caninas” que los custodios emplean para ayudar a su función. Si bien la alternativa de esterilizar a las hembras es aplicable en todos los casos, en el caso de las mencionadas “jaurías” resulta ser una excelente solución, ya que no solo son un problema para el tránsito sino además para los respectivos vecindarios por el peligro potencial –y real- que representa.
La existencia de los lugares adonde los animales capturados puedan ser entregados y contenidos es fundamental. De otro modo el paso previo –captura- y el paso posterior –juzgamiento- resultan inviables.
En segundo término deben funcionar los tribunales municipales de faltas aplicando todo el rigor de la Ley, sin aplicar falsa misericordia. Se percibe una tradicional resistencia por parte de esos tribunales para quitar legalmente un caballo o una vaca que habitualmente pasta suelto en el costado del camino, por ejemplo, a una familia de muy escasos recursos, porque es quitarle casi todo lo que tienen.
La solución para esa familia indigente tiene que pasar por otro lado. No es posible que justificando su indigencia se mate gente que transita el camino.
Asimismo, y como forma de disminuir la burocracia, la normativa debería permitir a los tribunales municipales de faltas poder disponer del animal en un plazo perentorio, por ejemplo de los siete días de su captura si no se presentara o no se identificara su propietario, y de tal modo poder venderlo en subasta pública sobre una base mínima. De no alcanzarse este valor en el remate, el tribunal debe quedar autorizado a sacrificarlo. Esto simplifica la gestión, especialmente en los casos de propietarios desconocidos. Todo ello sin trámites dilatorios y sin necesidad de publicar edictos, al establecer un día fijo en la semana para proceder a los remates. En caso de presentarse el propietario del animal, para poder retirarlo debería bastar con la constancia del pago de la multa y los gastos asociados (acarreo, alimentación y cuidado, etc.) en la municipalidad de su jurisdicción.
Existiendo los corralones municipales y funcionando los tribunales de faltas, la solución de la captura del animal –con toda la complejidad asociada- es menor. Se evita además la aplicación de la “justicia por mano propia”, cuyo crecimiento lamentablemente podemos observar en la crónica diaria.
Extrapolando al caso general: cárceles y justicia, se observa que no es distinto a la problemática de la creciente falta de seguridad general en nuestro país.
En cuanto hace a la captura de los animales sueltos, la fuerza pública –o el personal autorizado para hacerlo- debe contar con los medios –trailer, etc.- y con personal idóneo para capturar y trasladar a los animales sueltos a los corralones municipales. Si la fuerza pública tiene los medios, pero no existe dónde llevar los animales secuestrados, es más de lo mismo. Simultáneamente esa misma fuerza pública, conocedora de los vecinos de la zona, asumiendo un rol preventivo debe ir advirtiendo a quienes habitualmente usan las pasturas de los caminos para su propio ganado el riesgo que están corriendo.
Una solución práctica para morigerar la falta de personal idóneo en la captura de animales es el empleo de dardos sanitarios, que por lo menos adormece a los animales facilitando su contención para su posterior traslado. Si bien ha demostrado ser efectiva, hasta la fecha ha sido poco empleada en términos generales, ya que tanto las pistolas específicas –como sus dardos- no se venden en el país, encontrándose resistencia por parte de algunas autoridades sanitarias en la definición de la droga –tipo y cantidad- a ser empleada en los dardos.
Por los resultados obtenidos, en aquellos lugares en donde se los emplea, ha demostrado que es una solución útil especialmente para capturar ganado vacuno. En el caso de los equinos no resulta demasiado efectivo, ya que es necesario acercarse aproximadamente a 8 ó 10 metros del animal para tener precisión en el disparo de la pistola de dardos, y en esa situación habitualmente el animal escapa.
Finalmente, debemos aspirar a contar con una legislación moderna, expeditiva y homogénea que preserve la seguridad de las personas por sobre todas las cosas. Es necesario –con o sin modificación constitucional- que las leyes de tránsito sean únicas para todo el territorio nacional, o bien que todas las leyes de tránsito provinciales sean idénticas.
Seguramente habrá otras medidas que contribuyan a solucionar el problema, pero estoy convencido que las enunciadas son básicas. Acepto que su implementación tiene distintos grados de dificultad, pero esperar que se solucione por un milagro divino –sin perjuicio que la ayuda del Creador resultaría espectacular- sería una ingenuidad desesperante.
Ing. Jorge Lafage